El ser humano nunca hace las cosas todo lo sencillas que podría. Siempre debemos complicarlas para sentirnos realizados y sin duda alguna, el aderezo favorito a nuestras acciones es el orgullo.El orgullo, esa rigidez en el timón cuando todos los navegantes nos aconsejan un cambio de rumbo.
Este «todo va bien» cuando tu mundo se derrumba.
La sordera ante las voces amigas que claman nuestro nombre.
La ceguera que no quiere distinguir la luz al final del tunel.
Todos los capitanes hundidos en vano junto a sus barcos por no hacer caso de sus contramaestres.
Todos los soldados muertos por una orden precipitada.
Todos los árboles que caen en el bosque sin que nadie los haya visto florecer.
Todas las estrellas que brillan en el fondo de oscuras cuevas.
Cuantas experiencias, vidas, proyectos, sueños, se duermen en el olvido eterno por no dar un paso atrás, por no ceder el timón, por no ver esta vía de agua, por no querer bajar del podio cuando sabes que ya no puedes ganar esa carrera.