Muchas veces se habla de la memoria usando como símil la de los peces o la de los elefantes. ¿No es posible que los peces tengan memoria a corto plazo por su escasa visión mientras que los ojos de los grandes paquidermos abarcan mucha más superficie?
La memoria está fuertemente unida a la felicidad. Aquellos de entre nosotros que olvidan fácilmente los hechos de nuestro andar por el mundo consiguen una felicidad quebradiza que debe ser remendada constantemente, a veces a costa de mentiras o verdades forzadas.
Porque cada hecho, cada paso, cada movimiento o gesto crea un nudo en el telar del destino del mundo y ese nudo dispara un fino hilo hacia el futuro. Tan fino que apenas lo percibimos e incluso hay quien duda de que exista realmente. Esa duda o incluso la convicción de que los hechos del hoy se perderán para siempre hace que elaboremos una felicidad a corto plazo que debe ser reforzada constantemente con hechos de la misma en una vana tarea.
Pero lo creamos o no, eso carece de importancia, porque un día esos hilos aparecen de nuevo formando nudos que no hemos dibujado, creando trazos que no controlamos y abriendo caminos que no esperamos.
Quienes guardamos la visión del elefante avanzamos con más seguridad porque sabemos que la ruta de la vida es larga y que cada paso que damos genera un hito futuro en el telar de nuestro destino. Nuestra felicidad no se resquebraja tan fácilmente porque recordamos que sucedió y sabemos que la respuesta llegará tarde o temprano.
No podemos controlar el destino pero sí decidir qué hacer con nuestras piedras.