Hace 21 años dos amigos subían esa calle para empezar una gran aventura: Hacer el Camino de Santiago desde el sepulcro de Maria Magdalena hasta el del apóstol Santiago.
Aquí empezó un largo camino de más de mil kilómetros con dos gruesas mochilas y toda la fuerza y ánimo del mundo.
Fue un camino muy duro, nada que ver con ese paseo que supone hacer El Camino en España. Pasamos frío, andamos por carreteras tan estrechas que cuando venía un vehículo teníamos que bajar a la cuneta. Dormimos en albergues para vagabundos y en un castillo. Nos refugiamos de la lluvia en casas ruinosas y abandonadas… Pero no me arrepiento, fue una experiencia de vida única.
Hoy he regresado al hogar de los peregrinos para agradecer su recibimiento de entonces. Ya no están las hermanas franciscanas que nos agasajaron con café sin leche ni azúcar porque eran pobres y no consumían esos manjares. Su convento cerró y ahora un patronato se encarga de la casa.
Un amable señor entrado en años gestiona ahora el lugar. Habiendo sido él mismo peregrino me ha pedido que nos tuteemos y en español y francés le he contado nuestra aventura, tal y como prometimos a aquellas franciscanas que haríamos.